lunes, 8 de marzo de 2010

Imposibles de cambiar

Vivir en un mundo cambiante, dónde la gente se transforma en algo en particular es más complicado de lo que pensé. Sólo me siento cómodo cuando mi gato se transforma en un libro de recetas de cocina y me pongo a leerlo, aunque casi nunca cocino. La incomodidad me rodea al salir y observar a la gente pasando por la calle y transformándose en coches, motos, celulares, etc. y no es eso lo que me moleste en sí. Más bien, lo que me molesta es no poder descubrir en que me transformo yo.
¿Por qué no habríamos de quejarnos? Si todos nos molestaban como el fumador al cigarro. Era insoportable, nunca podíamos quitarnos las miradas de los demás compañeros, nos perseguían entre la maleza de las clases y los rugidos de los maestros. Puede ser que no fuéramos muy populares, pero no era nuestra culpa. Un poco diferentes en ocasiones solíamos ser, bueno, no sirve mentir, éramos muy diferentes, pero el ser un “looser” no te hace diferente.
Mi mejor amigo se transformaba en escusado, algo poco útil y agradable, simplemente pensar en que lo usaran para las necesidades diarias fue fatal y que mi novia, la más normal de nosotros, se transformará en bicicleta, aunque su problema fundamente consistía en que ella no sabia andar en bici, entonces por obvias razones el transformarse no le servía de nada. Todo esto nos volvía en un grupo de perdedores, en una ensalada de clases sociales, estábamos en lo más bajo de la escala y, sí, rechazados
Yo. Decirlo es difícil, incapacitado para transformarme en algo era mi problema. Mi mamá me arrastró hasta el doctor, que transformado en estetoscopio, para las consultas, algo muy eficaz, me checo para buscar algún ingrediente o signo de enfermedad. Las inferencias del estetoscopio, digo del doctor, no resultaron en ningún barbitúrico padecimiento. Fue inevitable que me mandará con el psicólogo, argumentando el médico, con un avanzado sofismo, para no admitir que no sabía, los griegos hubieran estado orgullosos de él, de un problema psicológico. Caray, mi situación, poco común, me llevó ante un psicoanalista, probablemente no me funcionó de mucho, tal vez porque me sentaba encima de él mientras estaba transformado en diván, es complicado hablar de tus sentimientos mientras estás encima de alguien, aunque debo admitir que era cómodo.
Mi anormalidad alteraba adictivamente a todos, había compañeros en la escuela que ya no podían vivir sin atacarme a diario, la atención que quería, discurría de la que ellos me daban. Un día, un tipo que se transformó en piedra, comenzó a insultarme, yo le respondí ¿cómo el transformarse en una piedra podría ser útil?, descubrí la utilidad de ser una piedra. Sirve para dejar pequeñas montañas moradas en el cuerpo y grietas de sangre.
Mi novia y yo éramos dinamita, en cierta forma, para huir. Ella se convertía en bici y yo escapa encima de ella, tal vez por eso el refrán de que te pedalean la bicicleta. Por su parte mi mejor amigo, su forma de evaporase de sus agresores, consistía en un metodológico plan de huir hacia el baño, transformarse y aparentar ser un escusado, sin embargo, a veces las consecuencias resultaban apestosas. Un día hambriento de sencillez y eufórico, fuimos acorralados por una fogata de enemigos, ósea, decenas de niños transformados y también no transformados, posiblemente unos agarrarían a sus compañeros y nos golpearían con ellos. Nos obligaron a transformarnos a nosotros tres, mis amigos cambiaron, pero en mi caso, los nervios se pegaron a mí y la presión abrazó mi cuerpo. Sucedió un milagro e invadido por un odio espolvoreado de hojas de papel, lanzado por los demás niños, alcance a transformarme.
¿Quieres saber en que me convertí? Cómo tú no recuerdas en que objeto te transformas, que es él último objeto que tomaras antes de morir. No puedo recordar al igual que tú en que me transforme. La memoria nos jugo una treta y silenciosamente el nombre del objeto lo olvidamos. Seguramente al morir lo sabremos de nuevo.

domingo, 7 de marzo de 2010

Las palabras sin letras.....................

Un par de siglos atrás me encontré con una escalera que me bajaba a la luna, la tomé y la volteé, entonces me llevó al sol. Volví a mover la escalera y ahora subí, me llevó a la pupila de tus ojos donde dormí al ras de tu iris, tomé la escalera de nuevo y la coloqué de costado y acabe en un mundo donde no hay arriba y abajo. Desde entonces, cada vez que muevo la escalera termino en el mismo mundo.