El cuento más aburrido del mundo....

Todo sucedió por las méndigas, cazurras, estultas convocatorias de cuentos y porque nadie aceptaba publicarme. Sí, sí, no puedo negar que necesitaba la aceptación de otros grandes intelectuales del medio y que quería los galardones escuetos, suspicaces, la gloría y la fama. Me lo he ganado a pulso, este Apocalipsis azucarado de soledad. Podría desdoblar mi responsabilidad y darle crédito a un destino o ente superior, pero en realidad soy más ateo que el mismo Dios, por eso no tendría caso.

Hastiado de los rechazos imberbes de los concursos, las revistas, las editoriales y después de descubrir que mis competidores, más soporíferos que el agua en una olla sin hervir, me ganaban con historias y narraciones tediosas, aburridas y sin filo de estilo. Por San Petrarca, Dante y Boccaccio que todos escribían lo mismo y de la misma forma. Decidí escribir el cuento más lento, retraído y aburrido del universo. Pensaba que así alcanzaría entrar a ese mundo de letras y tintas. Aunque yo siempre iba contra la corriente, en esta ocasión debía seguirla y superarla.

Fue una labor impresionante, monumental y larga, larga como la piel. Me llevó unos cuantos pasos de meses escribir. Cada vez que pensaba en una palabra, ésta era tan adormecedora que me quedaba dormido. Lo terminé en una noche de verano que aparentaba ser de otoño. Tome un sobre y lo mandé a la mayor cantidad de concursos disponibles, editoriales y revistas literarias, y esperé como la novia a la petición de matrimonio.

Pero el silencio era tremendo, no había noticias, no había respuestas. Aún así seguía despachando mi cuento a cualquier concurso; incluso los infantiles, y revistas nuevas. Mi desesperación emplumada, no preguntes por qué, me obligó también a subirlo a la red y mandárselo a los intelectuales de derecha, a los de izquierda, que a veces eran tan de izquierda que daban la vuelta y ya eran de derecha. No tardó en que las editoriales y principales revistas mundiales lo tuvieran. A los días siguientes, ansioso como mantequilla, resbalé al televisor para ver que sucedía en el mundo. Los noticiarios no dejaban de eructar arengas y dolos por la enorme cantidad de intelectuales fallecidos, según las autopsias; por aburrimiento. Justamente en ese instante incrédulo, tocaron a la puerta. Abrí y mis ojos fueron atrapados junto con todo mi cuerpo por agentes de inteligencia según decían. Me llevaron entre las voces de los cláxones y el rechinar de las piernas de los autos a un lugar desconocido, el cual no vi, porque tenía una bolsa en la cabeza.

Me arrojaron a un cuarto azabache como la noche en que no naciste. Entonces los focos abrieron los ojos y se iluminó el lugar, entraron los agentes. No dejaron de preguntarme sobre que relación tenía con las muertes de una lista interminable de escritores, críticos, ensayistas y demás nobles de las palabras. Después de un desfile de golpes en mi cara y de confesar, que seguía durmiendo con mi conejo de peluche, me enteré que todas esas personas habían muerto con mi cuento en las manos. Me soltaron, probablemente para seguirme, a unas cuadras llenas de vacío. Fui a refugiarme a mi apartamento y a llorar mientras abrazaba a mi conejo.

Salí a perseguir un desayuno en el café de la acera de atrás. Los periódicos con los que me topaba, con encabezados con cefalea, anunciaban ataques terroristas por toda el alma del país, mediante una nueva arma letal, limpia e intelectual, asesinaron, de forma muy limpia, a cientos. Consideré la situación, definitivamente era mi historia, se me había pasado la mano; era tan aburrida que hasta mataba, que lastima, seguro no harían una película. Pero tan siquiera me leían, aunque seguramente las críticas no iban a ser a mi favor. Decidí escribir una cura, un remedio para no matar con aburrimiento

No puede ni teclear la primera letra de la computadora cuando ya estaba en los brazos de los agentes y me archivaron en una celda con un compañero un poco rústico, que no dejaba de toser bostezos. Las preguntas, ataviadas con golpes por toda mi cara, me hicieron confesar que no había votado y que no creía en nuestra democracia. Me culparon de todo, de la crisis económica, de los atentados terroristas, de la separación de fulanito y zutanito, de las películas malas de los domingos y de hasta la muerte del Papa años atrás. Y no dejo de pensar en lo verosímil de sus palabras . Atado a una computadora, amenazado por el beso de un cañón, escribí el cuento más gracioso del mundo, era una medicina, por así decirlo. Caray como nos divertimos el guardia y yo cuando escribí, desafortunadamente, cuando lo terminé lo quiso leer y murió bañado en risas. Esto no me trajo la gracia de mis captores, pero complacidos con mi trabajo me regresaron a mis nuevos aposentos.

Hablábamos muy poco, en una ocasión me comentó, con palabras entre sueños, que pertenecía a la guerrilla. El guerrillero participó en el atentado, y consiguieron mi cuento gracias a un intelectual, simpatizante, que murió enfrente de ellos mientras evaluaba la lectura. Según él, yo había creado el arma perfecta.

Ya para esa hora, todos los grandes políticos y militares habían recibido un mail o una carta. Faltaba poco para evaporar al gobierno y suplantarlo, seguramente, por otro más cruel y corrupto. No se sí mi compañero de celda lo leyó, pero a los pocos segundos quedó dormido y nuca despertó. Definitivamente la pluma es el arma más filosa.

Los guardias fueron por mí, me golpearon rutinariamente un rato mientras se carcajeaban, pero después se quedaron dormidos de repente. Esa era la oportunidad para hacer mi presencia extemporánea y salir de aquella pocilga. Durante mi escape, ocurrió un ataque a la base, se escuchaba la narración de mi cuento por todo el lugar. A través de mi boca y nariz olía a los muertos, como si fueran vivos, hasta que llegué a una sala principal donde encontré a un general leyendo el cuento más gracioso del mundo. Pero al parecer no servía, ya que reía y bostezaba, reía y bostezaba, hasta morir, con una sonrisa disfrazada de bostezo.

Cuando salí, el mundo que conocía ya no existía. Nada quedaba, nunca te imaginas como te cambia lo que lees. Caminé y tropecé con una lluvia de mis cuentos, eran lanzados desde un avión que se estrellaría unas cuadras adelante, en un edificio. El fuego se cultivaba en todas partes, la electricidad de la ciudad se marchitó, hombres y mujeres esparcidos, sobre los tendederos del concreto, yacían sin vida. Busqué una cafetería y me serví un café. Tomé una de las tantas hojas acostadas en el suelo. El cuento más aburrido del mundo, decía……………………………………




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